lunes, 16 de enero de 2017

DÍA 1

Me senté al borde de la cama, me quedé mirando la pared que tenía enfrente. Me levanté poco a poco y me dirigí a la puerta de mi armario. Estaba abierta, aunque no me extrañó. La noche anterior había llegado muy tarde y la dejé abierta para no molestar con el ruido a los que ya estaban durmiendo. Cogí mi ropa y me vestí. Había quedado con mi mejor amigo, así que supuse que cualquier ropa me vendría bien. Me puse lo primero que pillé y salí a la calle. 

Normalmente habría salido sin tiempo de mi casa, pero ese día iba con tiempo. Llegué a la parada y me senté a esperar. Saqué del bolsillo de mi chaqueta mis auriculares y me los puse. Conecté la música a todo volumen y me puse a leer un libro que tenía descargado en el móvil. 

Al llegar el autobús me subí con toda normalidad. Estaba siendo un día muy normal. Me senté en el primer asiento del autobús. Estaba casi todo vacío, exceptuando a una persona. Un hombre con una chaqueta de chándal y un gorro de lana estaba sentado casi al fondo del autobús. 

Durante el trayecto subió más gente al autobús, pero ese hombre no se bajó. Estaba todo el rato mirando hacia abajo, como si se le hubiera caído algo al suelo. Le veía por el cristal que tenía el conductor detrás de él. Volví a leer mi libro. Me esperé hasta la última parada para ver donde se bajaba ese señor tan extraño, pero cuando me fui a bajar del autobús vi que no se había bajado aún. Se bajó por la otra puerta del autobús. Fui andando tranquilamente hasta otra parada para hacer trasbordo. No había mucha gente en la calle, así que era fácil distinguir a las personas. El hombre del autobús me siguió hasta la siguiente parada. Estaba completamente segura de que era él. Supuse que iría a algún sitio cercano al mío, por lo que no le di importancia. 

Me bajé del autobús y el hombre se bajó a la misma vez por otra puerta distinta. Quise comprobar si de verdad no me estaba siguiendo y le di la vuelta a la manzana. No le vi detrás de mí, así que supuse que ya se había ido. Llamé a mi amigo por teléfono y le pedí que viniera a por mí a la parada. Aunque parecía que no, estaba algo asustada. 

Cuando llegó, nos fuimos a un parque cerca de allí, le conté lo que me estaba pasando pero no me creyó. Me dijo que serían cosas mías y que necesitaba relajarme un poco. Fuimos a merendar a una cafetería. Al poco tiempo de estar allí sentados le volví a ver. Volví a ver a ese hombre, con su chándal y su gorro de lana. Hice como si no le hubiera visto y me tomé mi merienda. 

El hombre me estaba mirando, tenía la cara extraña, como cortada por el frío. Tenía los ojos oscuros y la nariz algo grande. Llevaba barba, algo canosa y muy corta. Empecé a asustarme y se lo comenté a mi amigo. Le señalé la dirección en la que estaba con un gesto y una mirada. Me dijo que él no veía a nadie y fue cuando empecé a preocuparme. ¿Me había vuelto loca?


Al pasar ya un par de horas, me volví de camino a la parada del autobús. Quería volver a mi casa y olvidarlo todo. Todo el camino hasta mi casa fue normal. Sin embargo, cuando me iba acercando a mi casa, me encontré con ese hombre de nuevo subiendo por la cuesta de mi calle. Decidí dar la vuelta e intentar llegar a casa por abajo. Fui corriendo hasta la puerta de mi casa. Le había perdido de vista. Subí a mi casa y me asomé a la ventana. Para mi sorpresa no estaba allí. Así que me relajé. Tras un día cansado, solo me apetecía cenar y acostarme. No me podía creer que me sintiera así. Mi amigo no le había visto esa tarde. Quizás fuera una imaginación mía. 

Me terminé la cena, me lavé los dientes y me acosté. Estaba realmente cansada, así que me dormí enseguida. Estaba deseando que se terminara el día…

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