Me senté al borde de la cama, me quedé mirando la pared que
tenía enfrente. Me levanté poco a poco y me dirigí a la puerta de mi armario.
Estaba abierta, aunque no me extrañó. La noche anterior había llegado muy tarde
y la dejé abierta para no molestar con el ruido a los que ya estaban durmiendo.
Cogí mi ropa y me vestí. Había quedado con mi mejor amigo, así que supuse que
cualquier ropa me vendría bien. Me puse lo primero que pillé y salí a la calle.
Normalmente habría salido sin tiempo de mi casa, pero ese
día iba con tiempo. Llegué a la parada y me senté a esperar. Saqué del bolsillo
de mi chaqueta mis auriculares y me los puse. Conecté la música a todo volumen
y me puse a leer un libro que tenía descargado en el móvil.
Al llegar el autobús me subí con toda normalidad. Estaba
siendo un día muy normal. Me senté en el primer asiento del autobús. Estaba casi
todo vacío, exceptuando a una persona. Un hombre con una chaqueta de chándal y
un gorro de lana estaba sentado casi al fondo del autobús.
Durante el trayecto subió más gente al autobús, pero ese
hombre no se bajó. Estaba todo el rato mirando hacia abajo, como si se le
hubiera caído algo al suelo. Le veía por el cristal que tenía el conductor
detrás de él. Volví a leer mi libro. Me esperé hasta la última parada para ver
donde se bajaba ese señor tan extraño, pero cuando me fui a bajar del autobús
vi que no se había bajado aún. Se bajó por la otra puerta del autobús. Fui
andando tranquilamente hasta otra parada para hacer trasbordo. No había mucha
gente en la calle, así que era fácil distinguir a las personas. El hombre del
autobús me siguió hasta la siguiente parada. Estaba completamente segura de que
era él. Supuse que iría a algún sitio cercano al mío, por lo que no le di importancia.
Me bajé del autobús y el hombre se bajó a la misma vez por
otra puerta distinta. Quise comprobar si de verdad no me estaba siguiendo y le
di la vuelta a la manzana. No le vi detrás de mí, así que supuse que ya se
había ido. Llamé a mi amigo por teléfono y le pedí que viniera a por mí a la
parada. Aunque parecía que no, estaba algo asustada.
Cuando llegó, nos fuimos a un parque cerca de allí, le conté
lo que me estaba pasando pero no me creyó. Me dijo que serían cosas mías y que
necesitaba relajarme un poco. Fuimos a merendar a una cafetería. Al poco tiempo
de estar allí sentados le volví a ver. Volví a ver a ese hombre, con su chándal
y su gorro de lana. Hice como si no le hubiera visto y me tomé mi merienda.
El hombre me estaba mirando, tenía la cara extraña, como
cortada por el frío. Tenía los ojos oscuros y la nariz algo grande. Llevaba
barba, algo canosa y muy corta. Empecé a asustarme y se lo comenté a mi amigo.
Le señalé la dirección en la que estaba con un gesto y una mirada. Me dijo que
él no veía a nadie y fue cuando empecé a preocuparme. ¿Me había vuelto loca?
Al pasar ya un par de horas, me volví de camino a la parada
del autobús. Quería volver a mi casa y olvidarlo todo. Todo el camino hasta mi
casa fue normal. Sin embargo, cuando me iba acercando a mi casa, me encontré
con ese hombre de nuevo subiendo por la cuesta de mi calle. Decidí dar la
vuelta e intentar llegar a casa por abajo. Fui corriendo hasta la puerta de mi
casa. Le había perdido de vista. Subí a mi casa y me asomé a la ventana. Para
mi sorpresa no estaba allí. Así que me relajé. Tras un día cansado, solo me
apetecía cenar y acostarme. No me podía creer que me sintiera así. Mi amigo no
le había visto esa tarde. Quizás fuera una imaginación mía.
Me terminé la cena, me lavé los dientes y me acosté. Estaba
realmente cansada, así que me dormí enseguida. Estaba deseando que se terminara
el día…
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