martes, 10 de octubre de 2017

Siempre

Caminaba por el camino de arena, descalzo, sin pensar en las piedrecitas que se le clavaban en los pies. Yo le miraba caminar. Estaba completamente enamorada de él. Empezó a andar más rápido cada vez. Se giró como si sintiera que no le seguía y se paró en seco. Esperó hasta que llegué a donde él estaba. Sonrió. Me dedicó una de sus mejores sonrisas. A mí, que minutos antes le había gritado, que había descargado mucha ira contra él. Me besó la frente. “Te quiero” escuché que me decía en voz baja. “Lo siento” le dije yo en el mismo tono. Nos besamos y siguió andando. Me encantaba como hacía el tonto para mí, para que estuviera feliz. Entonces tropecé. Me caí al suelo y me quedé sentada, mirándole. Su mirada seguía siendo alegre. Se acercó a mí y me ofreció su mano. No podía evitar que me cayera, pero ese día supe, que siempre me iba a ayudar a levantarme, por mucho que a él le costase mantenerse en pie.