lunes, 23 de enero de 2017

DÍA 2

Me levanté entusiasmada, hoy era el día en el que me iba a cortar el pelo. Llevaba años sin cortármelo y estaba un poco nerviosa. Me senté en el lado de la cama y me puse a vestirme. Ese día me arreglé porque la ocasión lo merecía. Desayuné y me quedé mirando la televisión durante, por lo menos, un cuarto de hora. Miré el reloj y vi que era la hora de irme.

Hacía ya una semana que había pasado lo de aquel señor que me encontré en la calle. Estaba tranquila pues no le había vuelto a ver y dudaba mucho volver a encontrármelo. Me senté en la parada a esperar al autobús. Ese día iba con tiempo de sobra, así que me lo tomé con calma.
Cuando me subí al autobús vi como estaba repleto de gente. No cabía ni un alfiler. Seguramente había habido convivencias de los boyscout y por eso había tantas personas. Me fui al final del autobús. Parecía que allí había menos alboroto y podría sentarme en un escaloncito a escuchar mi música.

Al llegar a la primera parada de la ciudad, todos los niños y los monitores se bajaron, y se quedó el autobús casi desierto. No sabía por qué esa sensación de soledad allí me ponía nerviosa. Me levanté del escalón para sentarme en un asiento que tenía libre a mi lado.

Estaba absorta en mis pensamientos cuando de repente escuché una voz que provenía detrás de mí. Era una voz muy grave, de señor mayor. Me asusté. Me recordó tremendamente lo que había pasado la semana anterior con el señor del chándal y no pude evitar pensar que era él. Me giré con cara de asustada y lo más lento que pude. Cuando me volví completamente y vi al señor de detrás de mí respiré profundamente. Era un vecino que conocía desde hacía mucho tiempo. Me estaba diciendo que se me había caído un papel del bolsillo al levantarme. Agradecida sonreí y me di la vuelta para mirar hacia delante.

El autobús se paró en una parada en la que normalmente no se suele subir nadie. Pero ese día se subió alguien. ¿Adivinas quién puede ser? Pues sí, ese hombre que tanto perturbaba mi estado de ánimo se acababa de subir. Se sentó en el primer asiento, el de al lado del conductor. Estaba inquieta, asustada, nerviosa. Menos mal que ya estábamos llegando a mi parada. Me bajé y me dirigí hacia la peluquería.

Las calles estaban repletas de gente. Había personas con mucha prisa y otras con no tanta. Llegaba un poco tarde a la cita de la peluquería, así que aceleré el paso. Iba esquivando a las personas que no llevaban prisa y de vez en cuando miraba hacia atrás para ver si alguien me seguía.

Al girar una esquina me choqué con alguien. Se me cayó el móvil al suelo, así que me agaché corriendo a cogerlo. Al levantarme miré hacia arriba y me quedé petrificada. Mi cuerpo se descompuso por completo. Se me encogió el estómago y el corazón me dio un vuelco. Era él. Me había chocado con el señor del chándal y del gorro de lana. Estaba paralizada. No sabía si pedirle perdón por haberme chocado o salir corriendo en la dirección opuesta. El hombre me cogió de los hombros y forcejeamos. En cuanto solté sus manos empecé a correr. Cuando llegué a la peluquería cerré la puerta desde dentro algo agitada. Las peluqueras se me quedaron mirando con cara de extrañadas pero en seguida siguieron a lo suyo. El resto de la mañana fue más o menos tranquila.
A la hora de comer, llamé a mi novio para ir a algún restaurante. Le conté lo que me había pasado y me miró con cara de preocupado. No creía que estuviera preocupado por lo que había sucedido. Su cara era más dudosa, como si la que estaba viendo cosas extrañas fuera yo, como si estuviera loca. Dejé el tema apartado durante la comida y me dediqué a comerme lo que había pedido. Estaba todo riquísimo seguramente, pero a mí me estaba sentando fatal. Tenía el cuerpo cortado. Tenía miedo y mi novio ni siquiera se creía lo que me estaba pasando.

Me levanté de la mesa para ir al lavabo. Quería lavarme las manos y una simple servilleta no me bastaba. Cuando entré por la puerta en la que ponía “ASEOS” vi que los cuartos de baño se separaban. El de las mujeres estaba a la izquierda y el de los hombres a la derecha. Entré en el que me correspondía. Me lavé las manos y aproveché para atusarme el pelo. Mi nuevo look me parecía un poco extraño todavía.
De repente, alguien llamó a la puerta y, acto seguido, una servilleta entró por la rendija que quedaba entre la puerta y el suelo.

“Me ha costado encontrarte. Por cierto, bonito corte de pelo”

Cuando terminé de leer lo escrito en la servilleta, abrí la puerta ligeramente, esperando a ver si había alguien al otro lado, pero no vi a nadie. Salí y me guardé la nota en el bolsillo. Cuando llegué a la mesa le conté lo que había pasado a mi novio que me miró extrañado y me sonrió.

- A ver, enséñame esa nota – me dijo con cierto retintín.
- Claro – le dije mientras buscaba en mis bolsillos.

Tras un rato buscando la nota, me di cuenta de que no la tenía en ningún bolsillo, ni en el bolso siquiera. ¿Qué había hecho con la nota? Mi novio empezó a reírse. Me crispaba que se riese así, pero en cierto modo tenía razón. No tenía pruebas de que esa nota existiese, así que lo di por olvidado, aunque ya me estaba planteando eso de estar volviéndome loca.

Nos fuimos de compras para distraernos un poco y olvidar todo el asunto de la nota, el hombre siniestro y todo eso. Fue una tarde bastante divertida. Me reí mucho. Casi me olvidé de todo.

A la hora de coger el autobús de vuelta a casa, volví a sentir esa sensación de nerviosismo que había sentido antes. Me senté en la parada algo mareada y me abaniqué con un panfleto que me habían dado de una de las tiendas por las que pasamos. Cuando se me pasó el mareo miré a mi novio con cara de alivio y le pedí que me fuera a comprar una botella de agua mientras llegaba el autobús. Cuando llegó con la botella la abrí y me bebí el agua de un sorbo y le devolví la botella. Me encontraba realmente mal de repente.
Cuando llegó el autobús me subí y me senté en el suelo. Tenía los pies molidos de andar durante toda la tarde. Llegamos a una de las últimas paradas antes de salir a la carretera y se abrieron las puertas del autobús. Con el bullicio no vi a nadie subirse. Me puse los auriculares y me evadí completamente. Me quedé dormida por unos momentos, hasta que una vecina me dijo que ya estábamos llegando a nuestra parada. Me levanté, cogí mis bolsas y me acerqué a la puerta para salir. Ya no estaba mareada, pero me sentía muy cansada, exhausta, con ganas de echarme a dormir. Fui andando despacio hasta mi casa. El camino es de menos de 5 minutos normalmente, pero ese día me parecieron por lo menos 10. Me paré al principio de mi calle para quitarme los auriculares. Me estaban levantando dolor de cabeza, así que los guardé.

De manera que iba bajando por mi calle se iban apagando las farolas. Al principio pensé que era algo normal, porque no era la primera vez que pasaba eso, pero cuando se apagaron más de tres empecé a preocuparme. No sabía que estaba pasando. La calle estaba muy oscura, así que aceleré el paso. Increíblemente, la calle me parecía más larga de lo que en realidad es. Aceleré el paso un poco más, iba a todo lo que me daban las piernas. Empecé a correr cada vez más conforme se iban apagando las farolas. Llegué a mi portal y entré corriendo, cerré la puerta y respiré hondo. No entendía nada. Quizás era por mi malestar, pero me sentía cada vez más asustada. Subí hasta mi rellano. Fui a sacar las llaves para abrir la puerta pero no las encontraba. Miré por todos los bolsillos, por todos los recovecos del bolso, miré hasta dentro del monedero, pero nada, no las encontraba. Llamé al timbre, pero nadie me abría. No se oía la televisión. Volví a llamar varias veces al timbre, pero nada. Decidí sentarme en las escaleras. Llamé a mi madre para saber dónde estaba, pero me decía que estaba comunicando. Seguí buscando las llaves para ver si daba la coincidencia de que las encontraba en algún lugar en el que no había mirado.
Tras un rato me di por vencida. Decidí esperar a que mi madre llegara de donde estuviera.

Mi teléfono sonó. Era mi madre. Descolgué el teléfono y me lo coloqué en la oreja. No se oían nada más que interferencias. Se oía como una respiración muy suave.

- Mamá, ¿estás ahí? – pregunté sin obtener respuesta – mamá, ¿hola?, ¿mamá?

Viendo que no respondía colgué.
Escuché un sonido de llaves que procedía de arriba. Subí a ver si era un vecino, para pedirle que me diera un vaso de agua, tenía mucha sed. Pero lo que me encontré cuando subí no era un vecino, sino mis llaves. Las llaves de mi casa estaban en el último escalón del rellano de arriba. Las cogí, miré hacia los dos lados y no vi a nadie. Bajé corriendo, abrí la puerta y entré en casa. Cerré con llave y entré en el salón. Allí estaban mi madre y mi hermana. Las dos me miraron extrañadas.

- ¿Qué te pasa, cielo? Te veo un poco tensa – me dijo mi madre preocupada.
- Nada, ¿qué hora es? – dije yo, algo extrañada.
- Las diez menos cinco, llegas pronto hoy, ¿no?

Miré el reloj de mi muñeca y sí, eran las diez menos cinco. Me pareció realmente extraño. Llevaba por lo menos una hora en el portal, esperándolas, y no las había visto entrar. Me encogí de hombros y me fui hacia la cocina para hacerme la cena. Miré hacia la calle desde la ventana y vi como todo estaba normal. Las farolas estaban encendidas, no había nadie en la calle. Todo estaba como si nada hubiera pasado. Estaba realmente confusa. Me hice la cena y encendí el ordenador.

Esa noche, mi madre se acostó temprano. No echaban nada en la tele y estábamos muy aburridas. Empecé a desconectar todo lo que tenía en el ordenador para acostarme yo también, cuando de repente escuché un ruido que provenía de la calle. Fue como si algo se cayera al suelo y rodara. Como una chapa de metal. Me asomé a la ventana y no vi a nadie. Me dirigí hacia el balcón para poder ver mejor la calle y vi una sombra. Me asomé un poco más y le vi. Me quedé helada. Era él. El señor del chándal estaba allí abajo, sentado jugando con una chapa, mirando hacia arriba, mirándome a mí. Me retiré despacio de la barandilla. Cuando volví a mirar, ya no estaba. Me asusté, se me cortó el cuerpo y entré corriendo al salón. Me fui a la cama y me acosté vestida, sin siquiera ponerme el pijama.

No podía dormirme. Estaba realmente inquieta. Encendí mi móvil y empecé a leer el libro que tenía descargado.
Finalmente, tras un rato leyendo, el sueño me venció y me quedé dormida. “Mañana será otro día”, pensé.

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