martes, 31 de octubre de 2023

Disfruta de todo lo que eres

Entre pesadillas recuerdas aquellos momentos que te hicieron llorar, que te rompieron el corazón y que aún no has conseguido sacar de tu alma. Dices a todos que está superado, pero ¿realmente lo está?

Pasas noches pensando en qué hiciste mal, en qué fallaste, en qué podrías haber mejorado para que todo lo malo no pasara. 

Pasas noches enteras recordando cuáles fueron tus palabras, tus actos, tus miradas, tus gestos... en busca de algo que te explique qué hiciste mal.

Sabes que pese a lo que te hicieron creer, no fue culpa tuya, o al menos, lo sabes en un alto porcentaje, aunque aún te preguntas si realmente hiciste las cosas mal, si fuiste tú la que fallaste, si no era normal sentirte así, si solamente estabas pagando tus frustraciones y tus miedos con los demás. 

Entonces, poco a poco, notas como ese peso se va... Con cada pensamiento, con cada palabra de aliento, con cada abrazo de tus amigos, con cada sonrisa que te regalan, con el amor de los tuyos...

Poco a poco abres los ojos y ves que sí, que hiciste cosas mal, que rompiste muchos platos hasta llegar al final, pero, también, te das cuenta de que tus platos ya estaban rotos cuando rompiste los suyos. Te das cuenta de que ya no te quedaba nada a lo que aferrarte cuando empezaste a caer. Te das cuenta de que las cosas no son como te las hicieron ver. 

Poco a poco empiezas a darte cuenta de todo lo que has aprendido, de todo lo que sabes que nunca más querrás, que nunca más consentirás. 

Poco a poco empiezas a amarte, a exigirle a los demás que te amen como tú te amas y te das cuenta de que no vales menos que nadie, que tienes fuerza, sueños por cumplir, tus propias metas. 

Y vas dejando todo atrás... vas dejando de llorar... vas dejando de tener esas pesadillas que no te dejan dormir, dando paso a sueños que te recuerdan lo valiosa que eres, los buenos momentos, la familia que te quiere, a tus amigos... Recuerdas que no eres la primera, ni serás la única, pero que con ayuda de las demás, puedes salir de ahí, volver a tu vida, volver a sentirte libre. 

Al final, te das cuenta de que eres una persona increíble, que cualquiera se sentiría afortunado de tenerte en su vida y que, pese a que no eres perfecta, vale oro cada sonrisa que muestras, cada carcajada que das, cada chiste malo que cuentas. Sí, vale la pena, porque así eres tú: alegre, intensa, feliz. 

Dolió, claro que dolió, pero saliste. Ahora tienes toda la vida por delante. Tienes un gran camino que recorrer. 

Sí, recuerda tus errores, porque ser consciente de que los cometiste no es un castigo, pero aprende de ellos, aprende de su origen, aprende a no repetirlos.

Disfruta de la vida, pues dura solamente dos días, disfruta de todo lo que has conseguido, disfruta de las personas que te dan la mano, disfruta de todo lo que eres.

La frustración (8 de abril de 2021)

La frustración es algo natural, incluso necesaria. 

La frustración nos hace darnos cuenta de qué es lo que realmente necesitamos para ser felices. 

La frustración hace que decidamos abrir las alas para volar. 

La frustración nos permite saber que hay algo que no hacemos bien. 

Sí, señora, la frustración también es mala, pero solo si no la comprendes, si no la escuchas, si no la atiendes. 

No tienes que huir de la frustración, sino pararte a pensar en lo que te dice. Esperar para comprender qué es lo que te quiere hacer llegar. ¿Qué es lo que puedo cambiar para que acabe? Hay que preguntarse, pero sin tenerle miedo, sin pensar que es mala compañera, sin obligarla a salir cuando aún no la has escuchado. 

Acepta que todas tus emociones son válidas. No hay emociones buenas o malas. Algunas te ayudan a estar a salvo y mostrarte cuál es el mejor camino para ti. 

Vive, siente y frústrate, pues así descubrirás cuáles son tus límites, cuáles son tus carencias y qué puedes aprender de la vida para crecer, para ser mejor.

Mi momento para ser feliz (8 de abril de 2021)

Sentía como la lluvia hacía que mis miedos, mi ansiedad y mi tristeza resbalara por mis mejillas. Cuanto más llovía, mejor me sentía. Había sido una mal semana. Había tenido muchos problemas y había llegado a odiar mis decisiones. 

Seguí allí, parada durante minutos, horas... no llegué a abrir mi paraguas. La lluvia en la cara aliviaba mis problemas, refrescaba mi corazón. 

Estaba harta de estrés, harta de correr, harta de cargar con todo. Necesitaba huir, sentirme libre. Necesitaba dejar mis pensamientos en pausa, ignorar por un rato mis emociones. 

Mi teléfono sonaba, pero no lo escuchaba. notificaciones, llamadas... nada me importaba. Esa lluvia era para mí y nadie más. Era mi momento de paz. El momento para desconectar. Mi momento para ser feliz. 


Reconócete

Es duro reconocer algunas cosas y, la mayoría de las veces, cuando lo haces, pesa. 

Tendemos a pensar que nuestras armaduras son lo que realmente sentimos, que somos invencibles y que nadie puede sobrepasar las barreras que colocamos a nuestro alrededor; que somos como caballeros en sus justas, librando batallas emocionales. Sin embargo, somos más vulnerables de lo que creemos. Todo lo que vivimos nos afecta de una manera u otra. No necesariamente nos hace daño, a veces solo nos saca una sonrisa, nos hace suspirar o mirar hacia otro lado. No somos conscientes de todo lo que nos afecta ni cómo, pero lo hace. 

Las emociones tienen que sentirse, que vivirse, que amarse. No podemos huir de ellas, pues nos hacen ver la vida de mil maneras diferentes. Según cada día, según cada situación, un mismo hecho puede tener miles de interpretaciones, y podemos sentirnos felices o perturbados con las mismas palabras de la misma persona, con el simple hecho de un cambio en nuestro estado de ánimo. 

Así pues, creo que es importante reconocer las propias emociones, reconocer la propia intensidad, reconocer los miedos, las alegrías, tus propios gustos y pensamientos, porque si los escondes tras una armadura, si creas un muro alrededor de ellos, no serás invencible, ni mucho menos, solo serás esa persona que no se deja ser, que no se deja sentir, que no se deja vivir feliz.

martes, 10 de octubre de 2017

Siempre

Caminaba por el camino de arena, descalzo, sin pensar en las piedrecitas que se le clavaban en los pies. Yo le miraba caminar. Estaba completamente enamorada de él. Empezó a andar más rápido cada vez. Se giró como si sintiera que no le seguía y se paró en seco. Esperó hasta que llegué a donde él estaba. Sonrió. Me dedicó una de sus mejores sonrisas. A mí, que minutos antes le había gritado, que había descargado mucha ira contra él. Me besó la frente. “Te quiero” escuché que me decía en voz baja. “Lo siento” le dije yo en el mismo tono. Nos besamos y siguió andando. Me encantaba como hacía el tonto para mí, para que estuviera feliz. Entonces tropecé. Me caí al suelo y me quedé sentada, mirándole. Su mirada seguía siendo alegre. Se acercó a mí y me ofreció su mano. No podía evitar que me cayera, pero ese día supe, que siempre me iba a ayudar a levantarme, por mucho que a él le costase mantenerse en pie. 



martes, 11 de abril de 2017

Día 10

Me habían dado el alta esa misma mañana. Estaba preparada para irme de aquel hospital tan lúgubre. Tenía la ropa estirada encima de la cama. La noche anterior le había pedido a mi madre que me trajera unas mallas y una camiseta cualquiera. No le pedí el tipo de zapato, pero se supuso que quería unas deportivas cómodas y me trajo las de correr. Estaban nuevas, como si las acabasen de limpiar. La última vez que las vi estaban llenas de barro de una excursión al campo que había hecho con Daniel. 

Cuando salí de la habitación ya vestida, mi madre me puso una chaqueta encima de los hombros. Tenía algo de frío, así que se lo agradecí bastante. Le di las gracias y caminé detrás de ella para salir. Mi padre no estaba, seguramente estuviera abajo junto al coche. El hospital estaba lleno de gente, así que supuse que no había sitio y mi padre se había quedado esperando en doble fila. Cuando subí al ascensor para bajar a la planta principal vi que alguien entraba a la vez que nosotros, pero mi madre no pareció darse cuenta, por lo que supe que era un ente. Tenía cara de pena, estaba desapareciendo poco a poco según íbamos bajando. "Siempre me han gustado los ascensores". La voz sonó en mi cabeza como si me hubiera hablado directamente. Su aura me hablaba, tenía un color verde. Irradiaba esperanza. La cara de la mujer era de felicidad, me miró y me sonrió y terminó de desaparecer. "Sé que he muerto, solo quería bajar una vez más en ascensor, ahora me voy a reunir con mi familia" me dijo la voz, sonando muy parecida a un eco. Mi cara se ensombreció. En la tercera planta se subieron dos enfermeras. 

- Ha muerto la mujer de la cuarta planta - dijo la primera enfermera mirando su carpeta mientras anotaba algo. 
- Espero que descanse en paz, creo que para ella habría sido peor seguir viva, pobre mujer - la segunda miraba al frente mientras metía sus manos en su bata blanca. 
- Perdona, ¿de que mujer hablan? - No pude resistirme, mi madre me miró con una mueca de enfado pero en seguida la cambió y me miró extrañada por mi pregunta. 
- De una que estaba en la cuarta planta, estaba en coma y tenía quemaduras de tercer grado que estabamos tratando, pero hoy, al final... - La primera enfermera se colocó el boli en el bolsillo del pecho y me miró como sabiendo que iba a descifrar el final. 
- Sí, toda su familia se quemó en el incendio. Tenía un niño de 3 años y una niña de 5. Estaban en la cocina todos comiendo cuando algo estalló y no les dio tiempo a salir de la casa. Una tragedia.- la segunda enfermera se tocó el brazo izquierdo y se rascó ligeramente. 

Llegamos a la planta principal y las enfermeras salieron corriendo, les di las gracias por la información antes de que salieran y le pedí disculpas a mi madre que no dijo nada. Se limitó a sonreir y a cogerme del hombro para sacarme del ascensor. Llegamos al coche y allí estaba mi padre, como había pensado que estaría. Mirando el móvil en segunda fila. Subimos al coche y fuimos de camino a casa. Mis padres iban cantando una canción que sonaba en la radio de los años en los que se conocieron. No me gustaba esa emisora, pero me hacía gracia como coincidían en algunas canciones y las cantaban al unísono. 

Llegamos a casa y vi que Carlos estaba en la puerta. Mis padres pasaron por delante como si nada. Les pedí que me dejaran sola y me miraron con cara de aprobación, me dejaron las llaves y cerraron la puerta. Carlos y yo bajamos a la calle, paseamos hasta el campo que estaba al lado de mi casa sin decir nada. Me senté en una piedra grande. Me arrastraba la chaqueta que mi madre me había dado antes, así que la recogí y la arrugué a la altura de la cintura. Carlos se sentó a mi lado. 

- Diana, siento decirte que no puedo cuidaros a los dos, la chica que se hizo guardiana el otro día no puede hacerse cargo de ti y yo ya era guardián de Joel. Mariana, la jefa, me ha dicho que tiene que haber un guardián por cada persona con un don y de momento te tenemos desprotegida. Estuve a punto de desaparecer porque fallé en mi labor de manteneros a salvo a los dos... no puedo arriesgarme a dejaros desprotegidos. 
- Entonces tenemos que conseguir un guardián para mí, y ya está. 
- Es más complicado que eso, Diana. - Me cogió la mano, era la primera vez que me tocaba y me pareció un tacto muy translúcido. 
- No comprendo, hay muchas personas que se mueren, muchas personas que pueden convertirse en guardianes, ¿no? - Le pregunté con un tono de esperanza que llevaba mucho sin mostrar. 
- Ahí es donde llega la mala noticia. - hizo una pausa leve y se levantó - No cualquiera vale para ser guardián, y la persona que valdría sigue viva. Tiene que ser una persona con algún tipo de conexión contigo. Algo que la haga especial para ti. Pero no podemos hacer nada de momento.  
- Entonces yo... dependo de mí, eso quieres decir, ¿no?
- Sí. Joel y yo podemos ayudarte pero... - Hizo una pausa
- Cuando esté sola, estoy sola, nunca mejor dicho. 
- Exacto.

Avanzó un par de pasos y se giró. 

- Ahora tengo que irme. Suerte, Diana. 

Desapareció delante de mis ojos. Estaba sola, realmente sola. Volví a casa. Allí había alguien que podría cuidarme, aunque no fueran guardianes. Mis padres estaban preparando la comida cuando llegué. Olía muy bien a lasaña, mi segunda comida favorita. Llevaba sin comer lasaña cerca de un año, pero para celebrar mi vuelta a casa se la había pedido a mi madre. 



Eran las siete de la tarde, después de comer me había acostado y me había quedado dormida sin darme cuenta. El libro que estaba leyendo se había caído al suelo. Estaba aturdida, me dolía la cabeza. Me levanté, me puse las zapatillas y me dirigí al salón y antes de llegar escuché una voz que me aceleró el corazón. Era Daniel. Estaba en mi casa, no me había avisado. Era poco usual que viniera, pero estaba aquí. Me acerqué un poco más a la puerta para ver si podía averiguar de que estaban hablando, pero tuvieron que haberme oído, porque se callaron de inmediato. Dí un paso más y saludé. 

- ¿Qué tal la siesta? - me dijo Daniel con una media sonrisa. 
- Muy larga, demasiado - Dije frotándome los ojos. 

Me senté en el sofá y me puse a mirar el móvil que estaba cargando. Daniel se sentó a mi lado, suspiró y me miró. Mis padres se levantaron como si tuvieran un muelle debajo de ellos. Salieron por la puerta del salón, cogieron la correa del perro y las llaves y salieron por la puerta sin decir nada. Daniel me quitó el móvil y me miró a los ojos. 

- Pequeña, tengo algo que decirte. - Su cara no era una manifestación de felicidad precisamente. 
- Daniel, no me asustes, ¿qué pasa?- Mi voz tembló por un momento. 
- No es nada malo del todo. - Se acarició la barba y se rascó la mejilla suavem como hacía siempre que se ponía nervioso. 
- ¿Me lo vas a contar, o nos quedamos aquí dando rodeos? - sonó muy borde, pero nunca me habían gustado las malas noticias. 
- Han trasladado a mi padre a Sevilla y me voy con ellos. No creo que pueda venir durante una larga temporada. El dinero del traslado y de la fianza... No voy a poder pagar el tren. 
- Eres un estúpido, pensaba que era algo peor. No importa, iré yo. 
- ¿Estás segura? - Sus ojos se tornaron felices. 
- Pues claro, no siempre, pero seguro que puedo ir algún fin de semana. - mi voz no sonaba muy convincente, no sabía si iba a poder ir hasta allí con todo lo que estaba pasando últimamente, pero no podía decirle nada, solo desearle lo mejor.- ¿Cuando te vas?
- Esta misma noche. Mi padre empieza el trabajo mañana. 

Mi cara cambió totalmente. Me quedé petrificada. Hoy, se iba hoy. Me levanté del sofá y le levanté a él. Le di un abrazo y le sonreí. 

- Tengo que irme, me están esperando abajo. 
- Mucha suerte, cielo. 

Le di un beso en la frente, le prometí que nos veríamos pronto. Salió por la puerta. Se paró en el primer escalón y me miró sin decir nada. Bajó el segundo escalón, me hizo un gesto con la mano y se fue. Desde ese momento ya vi que sí me había quedado sola. Sola del todo.




Eran las 3 de la mañana. Le había pedido a Daniel que me avisara cuando llegara a Sevilla. Debería haber llegado hacía ya varias horas, pero no tenía noticias suyas. Seguramente se había quedado dormido al llegar. Miré el móvil. Estaba muy cansada, pero no podía dormir. Cuando solté el móvil empezó a vibrar. Me estaban llamando. Era su madre. Descolgé con el primer toque. 

- ¿Sí? - sabía quien era, pero tenía esa costumbre. 
- Soy yo, chiquita. Tenemos algo que contarte... 

Colgué el teléfono. Se me cayó al suelo y me senté en la cama. Empecé a llorar y mis padres encendieron la luz. Corrieron a mi lado y les conté la mala noticia. Daniel había muerto. Sus padres estaban en el hospital y él estaba muerto, esperando a que le incineraran. Daniel iba conduciendo cuando un coche vino de frente. Sus padres pudieron salvarse de milagro, pero él... Mis padres se vistieron en menos de 5 minutos, bajamos al coche y nos dirigimos al hospital. Esa misma mañana había salido de uno, y estaba a punto de meterme en otro. Ahí me di cuenta de que las muertes nunca vienen solas. 

Cuando llegamos estaba todo en silencio. Era lo normal a las horas que estábamos. Llegamos a la habitación donde estaban mis suegros. Ella no dejaba de llorar en la cama. Estaba sentada, tenía un collarín y un brazo escayolado. Su cara estaba completamente descompuesta y él... Él estaba ausente. En shock. No hablaba, no lloraba, parecía que ni siquiera respiraba. Me acerqué a ella y la abracé. Después me acerqué a él y le cogí la mano. De repente se le saltaron las lágrimas. Le miré bien. Su cara estaba llena de rasguños, tenía en la barbilla una raja con unos cuantos puntos. Tenía las dos piernas escayoladas y el hombro agarrado con un cabestrillo. Tenía muchos moratones por los hombros. Me alejé de ambos, me puse entre las dos camas y les pregunté donde podría encontrar a Daniel. Los dos me dijeron donde estaba. Llegué a la morgue y miré a mi alrededor y no vi a nadie, así que entré. Allí había muchos entes. Todos irradiaban auras completamente distintas. Solo algunas coincidían, eran grises, o de colores fríos. Habían muerto con cosas pendientes y seguirían siendo frías hasta que consiguieran su objetivo. Miré al fondo, había un aura muy brillante, blanca. Era muy fuerte. Me acerqué y vi que era Daniel. Se estaba mirando a sí mismo, tapado con una manta blanca. Cuando notó mi presencia me miró.

-¿Me ves? - su tono de sorpresa no me extrañó. 
- Sí, soy "especial" - hice un gesto con los dedos para seguir las comillas. 
- Un coche chocó de frente, me embistió, no me lo esperaba, yo... - Se echó las manos a la cara para tapársela mientras lloraba. 
- Tus padres están bien, si eso te consuela. - Fui a acariciarle, pero le atravesé. Sentí una punzada en el corazón y me abordaron las ganas de llorar, pero no lo hice. 
- ¿Crees que debería ir a verlos? - Me retiró la mirada para volver a mirarse.
- Creo que deberías darles una señal de que sigues aquí. No te puedo ayudar, pero quizás se te ocurra algo. Te espero en la habitación, después hablamos. 

Cuando llegué a la habitación, todo el mundo estaba más calmados. Mis padres estaban sentados en un sillón que había al lado de la cama de mi suegra. Estaba intentando consolarla y lo hacía bastante bien. Al cabo de un rato, la puerta empezó a abrirse y cerrarse suave, no hacía ruido, pero se notaba un poco de airecito. Mi suegra lo comprendió enseguida, me miró y me sonrió. Mi corazón me decía que tenía que contarles todo, aunque me habían dicho que guardara el secreto, así que lo hice. Los cuatro me escucharon mientras hablaba y no dejaban de mirarme. Todos aceptaron que era verdad así que Daniel me usó de intermediaria. Hablé por él durante un rato y después pedí que me dejaran descansar. Estaba empezando a sentirme mal y necesitaba parar a beber agua, o café. 

Salí de la habitación en busca de un café. Daniel me seguía. Me pedí un café aguado en la máquina. 

- Nunca te han gustado estos cafés - Daniel me tocó la mano, ese tacto translúcido volvió. 
- Ya lo sé, nunca, pero... lo necesito. 

Me senté en la silla que había al lado de la máquina. Llevaba allí, mirando el café cerca de diez minutos cuando se abrió el ascensor. Entraron Carlos y Joel. 

- Diana, Daniel, hola. - Joel tenía la cara triste, como era normal cuando muere alguien. 
- ¿Tú también? - Daniel miró a Joel incrédulo. 
- Sí, yo también. Tengo un don, como ella, te lo ha contado ¿no?
- Sí, me lo ha contado. 
- Hola, soy Carlos, encantado -  Carlos se presentó como cualquier persona y le ofreció la mano. Se estrecharon la mano y se rieron un poco nerviosos - Necesito hablar contigo - le hizo un gesto con la cara - A solas. 

Joel y yo nos quedamos mirándonos durante unos 10 minutos. Ninguno dijo nada. Joel comprendía mi dolor, y no quiso decir nada para no molestar. Volvieron Daniel y Carlos. Se me quedaron mirando y mi instinto me pidió ponerme de pie. 

- Ya tienes guardián, Diana - Carlos le puso la mano en el hombro a Daniel. 
- ¿Daniel va a ser mi guardián? - Sin querer sonreí como si estuviera loca. Me alegré de tener a alguien que cuidara de mi cuando me metiera en líos, y me alegré de saber que no le iba a perder del todo. Pero entonces me di cuenta de que iba a sufrir mucho por no poder volver a estar con él como una pareja normal. 

Volvimos a la habitación donde estaban sus padres y nos despedimos de ellos. Mis padres tenían que trabajar al día siguiente y no podían quedarse más. Les prometí que volvería a visitarles. Nos subimos al coche. Les pedí que me dejaran en mi nueva casa y así lo hicieron. Subí, detrás tenía a Daniel. Le miré con cara de pena. Le enseñé la casa y me dirigí a la cama. Me puse el pijama, dejé toda la ropa alrededor de la cama y me acosté. Había sido uno de los peores días de mi vida y tenía pinta de que el día no iba a mejorar, así que la mejor opción era dormir.

martes, 21 de marzo de 2017

DÍA 9

Estaba amaneciendo y entraba el sol por la ventana de al lado de mi cama de hospital. Llevaba despierta desde antes del amanecer. No había pasado muy bien la noche. Me dolía la cabeza por el golpe y no me daban calmantes desde una hora después de despertar del coma. Estaba muy cansada, pero aún así no era capaz de dormirme. Todos estaban dormidos alrededor de mí. Me dio bastante ternura verlos dormidos. El único que me vigilaba despierto era Carlos. Me observaba desde la puerta. Parecía que no pudiera entrar en la habitación. Entonces caí en la cuenta de que mientras dormía me habían cambiado de habitación y que ya no estábamos solos. A mi lado había una persona de unos 70 años. Estaba enganchada a más máquinas que yo, pero tenía buen aspecto. Cuando me fijé bien vi que era una mujer bastante guapa. Tenía el pelo canoso, pero no blanco. Su expresión era de paz y calma. Carlos la miraba al mismo tiempo que yo. Parecía que la conocía de algo y, por eso, no se atrevía a entrar en la habitación. Se dio la vuelta y desapareció.

Me senté en la cama intentando evitar que Daniel se despertara. Me asomé todo lo que pude a la puerta para saber si Joel seguía fuera, pero no le veía. Empecé a sentirme mareada, cansada. Mi estómago se revolvía cada vez más hasta tener ganas de dar arcadas. La falta de alimento me hacía que no pudiera vomitar, lo que lo hacía más desagradable todavía. Me quise levantar de la cama para ir al baño, pero al poner los pies fuera de la cama y ponerme en pie me desmayé. Estaba falta de fuerzas y mi cuerpo no era capaz de sostenerme. Joel entró corriendo como si hubiera sentido mi desmayo y me recolocó en la cama. Daniel se despertó y le ayudó a ponerme cómoda. Ni siquiera se miraron a los ojos. Se dieron las gracias mutuamente con la cabeza, y Joel abandonó la habitación.

Todo estaba empezando a ser un poco complicado para mí, pero esto me parecía más normal que la situación que había vivido dos noches atrás en la casa abandonada. Prefería ver estos enfrentamientos. Al menos eran de carne y hueso.

El sol entraba cada vez más por la ventana, hasta que la habitación quedó totalmente iluminada. Eran las 9 de la mañana y una enfermera entró en la habitación para ver como se encontraba la mujer mayor, pero ni siquiera se fijó en mí. Una hora después entró un médico e hizo lo mismo. Parecía invisible para ellos. Llamé a la enfermera con el botón que había encima de mi cama, pero nadie respondía. La mujer mayor se levantó de la cama y fue hacia el baño. Cuando volvió se sentó al lado de mi cama y se me quedó mirando.

- Pequeña, no lo sigas intentando - me dijo sonriéndome.

La miré fijamente, pero no dije nada. Su sonrisa ocultaba algo de malicia, o al menos eso parecía. No sabía quién era esa mujer, pero estaba segura de que ella si sabía quien era yo.

- Mira, sé que te piensas que estás completamente despierta, pero no es así. Estás en mis manos ahora mismo. Estás consciente e inconsciente al mismo tiempo. Entraste en un coma pero saliste de él como si fuera una habitación, y eso tiene sus consecuencias. Si no sabes moverte entre ambos mundos, te será muy dificil distinguirlos.

Miré a mi alrededor. Mi familia estaba mirándome como si siguiera dormida. Sus caras de preocupación eran muy oscuras. Borrosas. Apenas podía distinguirlos. Estaban comiendo, lo que supuse que era su desayuno. Miré a la anciana y me dispuse a preguntar cuando me cortó:

- ¿Que por qué puedo hablar contigo? - Me había leído la mente. - Mira, soy  más o menos como tú. No soy una guardiana, estoy viva como tú, pero tengo una habilidad, como habrás notado. Mi deber es enseñarte a moverte entre los dos mundos sin que te quedes mucho tiempo en este limbo tan incierto. Sé que verme así de mayor te da reparo para hablarme claro, pero como en este mundo no hay nada definido puedo cambiar mi forma si lo prefieres. Es una de las ventajas que tiene estar aquí.

Le asentí con la cabeza casi sin darme cuenta y de repente su cara y su cuerpo comenzaron a cambiar. Se había vuelto joven, más o menos de mi edad. Tenía una larga melena pelirroja, los ojos azules. Era bajita, como yo, pero tenía un cuerpo más definido, lo que la hacía parecer más alta.

- Así era yo de joven - Se miró a un espejo que había cerca de su cama.- que pena que los años pasen, ¿verdad?

La verdad es que ahora me resultaba más fácil poder hablar con ella. Se sentó a mi lado de la cama y me cogió de las manos. Me dio una perla negra.

- Este objeto es una señal del mundo real. Llévala siempre encima. Esta perla te guiará siempre en la oscuridad. Esta perla te trae hasta aquí, pero ahora tú tienes que ser lo suficientemente fuerte para despertar. Cuando estés aquí piensa en tu realidad, en tu vida, en tus cosas, en todo lo que sea completamente real. Así poco a poco podrás ir disipando este mundo y conseguirás despertar. - Se levantó de la cama y me miró desde la puerta de la habitación - Cuando estés en este mundo procura hablar lo menos posible con "fantasmas". - Se acercó a Carlos - Incluido este. Por lo menos hasta que sepas viajar entre un mundo y otro.

Se acercó a mí y me cerró el puño que sostenía la perla.

- Ahora despierta. Ya sabes como.

Empecé a pensar en mi realidad, en mi vida, en mis seres queridos y poco a poco vi como todo se iba disipando, incluida la mujer que había estado hablando conmigo. Cerré los ojos y cuando los abrí volvía a estar tumbada en la cama. Podía ver con facilidad a mi familia, comiendo tostadas. Podía oler el pan tostado y el zumo de naranja que estaban bebiendo.

- Mamá, quiero desayunar yo también.

Mi madre levantó la mirada. Su cara cambió totalmente y me sonreía desde la silla. Llamó a una enfermera, que vino corriendo a mi cama. Miré hacia la cama de la mujer mayor y la vi despierta, comiéndose su desayuno. Me miró y sonrió. Me guiñó un ojo y siguió con su desayuno.

Todo estaba empezando a parecer medio normal cuando sentí una vibración en mi espalda. Había tenido ese presentimiento muchas veces antes. ¿Qué pasaba ahora? 

Entró Carlos corriendo en la habitación, me miró con cara de asustado y, acto seguido entró Joel. Los dos a la vez empezaron a hablar y no pude escuchar bien a ninguno. Me llevé las manos a la cabeza como si me dolieran y ambos comprendieron que estaba abrumada. 

- Hay alguien que te necesita - Me dijo Carlos viendo que Joel no empezaba a hablar. 

Miré a mi alrededor, mi familia se había ido y no me había dado cuenta. Estaba tan cansada que tenia pequeñas lagunas. Les miré y me senté en la cama. 

- ¿Mi ayuda? - me puse la mano en el pecho sorprendida. Justo después miré a mis manos, como se conectaban a la máquina y a la bolsita de suero. - No creo que esté en condiciones de ayudar a nadie. 
- Sí, tu ayuda - Joel se acercó y se sentó en una silla que estaba al lado de mi cama - Hay una persona que está entre la vida y la muerte y, por lo que me ha dicho Carlos, puede que... Bueno, se vuelva de los malos, ya sabes.  - Me dio un codazo en la pierna que me colgaba de la cama. 
- Vale, ¿y qué hago yo? 
- Cuando pase, tienes que ir a su habitación y hablar con ella. - Carlos me miró con ternura - Verte a ti será menos traumático que verme a mi, o incluso a Joel. Tu aspecto de chica enferma ayuda - Se rió a carcajadas.- Le harás ver que está muerta y que debe unirse a nosotros. Mi superior me dice que tiene potencial y que la necesitamos ahora que tenemos dos personas para proteger. - Nos echó una mirada rápida a los dos y nos sentimos identificados con lo que había dicho. 
- Está bien, iré.  - dije mientras me ponía de pie y me sujetaba a la silla en la que estaba Joel sentado. - Pero antes, por favor, llamad a una enfermera para que me quite estos cables, estoy empezando a agobiarme - hice una pausa- y necesito comer algo sólido. 
- Hecho - Joel se levantó de la silla como si tuviera un muelle y salió rápido de la habitación. 



Llegó la noche, todos estaban durmiendo. Carlos entró en la habitación sigiloso, como si pudiera hacer ruido. Miré a la cama de al lado, la mujer estaba dormida. Se acercó lo suficiente a mi cama para que pudiera ver como hacía un gesto con la cabeza para que le siguiera. Me levanté de la cama con dificultad, me puse las zapatillas y la bata que tenía a los pies de mi cama y seguí a Carlos hasta la puerta de la habitación. Miré a ambos lados antes de salir del todo y le seguí por el largo pasillo. Llamó al ascensor, por lo que supuse que cambiábamos de planta. Cuando el ascensor se abrió salió una persona que tenía cara de preocupación. Quizás viniese de visita. Miré a Carlos para ver su cara y de momento supe que era un ente. 

- Espero que se de cuenta pronto - dijo entre susurros. 

Salimos del ascensor. La sala de espera era exactamente igual en todas las plantas. Miré los carteles para saber dónde estaba y leí que en uno ponía "PSIQUIATRÍA". Mi cara cambió por completo. Esa planta me ponía realmente nerviosa, pero Carlos puso su mano en mi hombro y me sonrió como si supiera en lo que estaba pensando. Andamos durante 2 minutos por el pasillo, pero a mi me parecieron 2 horas. Entonces Carlos se paró delante de una habitación a la que se le había caído el número de la puerta. Entramos en la habitación y había sólamente una persona, aunque hubiera dos camas. No veía nada extraño. Una persona dormida, en la cama tumbada, tapada con mantas. Carlos me hizo un gesto para que me acercara más. Cuando me acerqué pude verla mejor. Era una muchacha. Morena, con las pestañas eternamente largas. Llevaba el pelo revuelto, quizás de estar tantas horas tumbadas. Tenía la cara perfecta, sin imperfecciones apenas. Tenía los labios gruesos. Era bastante guapa. Miré a Carlos y me pidió que la despertara. Lo intenté pero no lo conseguí. Así que me di cuenta de que habíamos llegado muy justos de tiempo. Estaba muerta. La busqué por toda la habitación pero no la encontré. Entonces escuchamos el sonido de un grifo en el aseo. Abrimos la puerta y allí estaba, lavándose la cara. 

- ¿Quién eres?  - La chica se giró asustada y se apoyó en el lavabo. 
- Perdon por el intrusismo, soy Diana - Le dije ofreciéndole mi mano para estrecharla.
- Yo soy Abbie, pero nunca me ha gustado que me llamen así - Me dio la mano. 
- Lamentamos entrar así, pero tenemos algo que contarte - Miré a mi alrededor y no vi a Carlos. - Bueno, mejor dicho, tengo algo que contarte. 
- Te escucho entonces, no hay muchas personas que estén despiertas a estas horas, así que tienes que estar tan loca como yo - Me miró extrañada y se rió de repente - Que divertido. 

Le indiqué que me acompañara y fuimos hasta el patio de la primera planta. Estaba precioso, las plantas estaban completamente verdes y estaba todo muy limpio. Además, las farolas daban la luz justa para ver, pero no deslumbraban. 

- Mira - empecé a decir atragantada - No sé como decirte esto.  - Me senté en el primer banco que encontré y le indiqué con la mano que se sentara - Abbie, estás muerta. 

Me pareció, por su cara, que había sido demasiado directa. Entonces miró hacia arriba, buscando su habitación. 

- Es imposible - Me miró, y se miró las manos y los pies. - No soy transparente. 
- No tienes porqué ser transparente para estar muerta - Le dije entre risas. - Mira, has muerto y alguien ha considerado que eres una persona importante para proteger a personas con Dones. Sé que es mucho para asimilar. Pero principalmente, tienes que creer que estás muerta, ser consciente de ello y por eso me han enviado a mí. Pensaban que si te lo decía yo iba a ser más fácil de asimilar para ti, pero es la primera vez que hablo con alguien de esta manera. 
- Bueno, supongamos que te creo, ¿ahora que hago yo? - Me dijo gesticulando mucho con los brazos. 
- Pues no tengo ni idea, pero solo se me ocurre una forma de que me creas completamente, y es viéndote. Puede ser traumático, pero creo que es lo único que te hará darte cuenta de ello.

Volvimos a su habitación y la coloqué delante de su cama. Se acercó y se quitó las mantas de la cara para ver si era ella. Se llevó las manos al corazón. Le tocó el pelo a su cuerpo y siguió bajando hasta su cuello. Buscó su pulso pero no lo sintió. Me miró con cara de pena. Me acerqué a ella y la abracé. 

- No te preocupes, hay personas como yo que pueden verte. - Le susurré al oído - Te presentaré a Carlos. Él te ayudará a terminar de asimilar estas cosas y te entrenará para ser Guardiana. 
- Comprendo. 

Se quedó mirándose fijamente durante un minuto y medio, sin parpadear, sin moverse. Se giró hacia mí y me asintió con la cabeza. Llamé a Carlos para que entrara y Abbie se fue con él. Salí detrás de ellos. Abbie se paró en seco y me miró.

- ¿Qué van a hacer con mi cuerpo? - Me preguntó alzando la voz
- No lo sé - Le dije encogiendo los hombros. 
- Ojalá me encineren, siempre me ha gustado el fuego - me dijo entre risas. Se giró y siguió andando detrás de Carlos. 

Me dirigí al ascensor para bajar hasta mi planta y volver a meterme en la cama. Esperaba que todo fuese bien con Abbie. Me había caído bien. Llegué a mi cama y vi que seguían todos allí. No sabía como habían conseguido quedarse todos, pero no me importaba, hacían que me sintiera como en casa. Me acosté y me tapé los pies con la manta. Me quedé mirándolos fijamente y poco a poco me fui quedando dormida. El cansancio me podía.