domingo, 2 de octubre de 2016

Noche de Perseidas

Allí, en la terraza de su casa, estaban ellos, tan tranquilos y a la vez tan inquietos. Estaban deseando ver pasar alguna estrella fugaz a la que pedirle un deseo. ¿Qué pedirían? Ninguno de los dos lo sabía. Se tenían el uno al otro y se sentían muy felices. 

Los dos miraban hacia el cielo, tumbados en un saco de dormir. Ella más que mirar al cielo, le miraba a él. Estaba tan contenta de que él estuviera allí que las estrellas le importaban poco.

Hacía frío, pero no parecía importarle a ninguno de los dos, al contrario, les servía de escusa para estar lo más juntos posible. Entonces ella empezó a pensar en todo lo que habían pasado juntos y lo que les quedaba por pasar. Era increible que por fin, tras tantos años de espera, estuvieran juntos, allí, en su azotea. ¿Quién se lo iba a decir? No podía ser más dichosa. 

De repente llegó la primera estrella, sus caras se llenaron de ilusión, les encantaba ver como el cielo, oscuro, se iluminaba de repente con cada estrella fugaz. Era un momento que tardarían en olvidar, o tal vez, nunca olvidasen. Más estrellas cayeron, una tras otra, a lo largo de la noche. Sus ojos brillantes miraban el cielo en noche cerrada. Hacía más de una hora que la hora de las brujas había pasado. Quizás tuvieran que madrugar a la mañana siguiente, pero eso poco importaba. Estaban tan bien en ese momento que poco más les preocupaba.

Pocos minutos después se abrazaron, fue un abrazo tierno y dulce. En ese momento ninguno pensaba en otra cosa que no fuera ese abrazo. Se miraron y poco a poco acercaron sus labios hasta que, durante un breve instante, se fundieron en un beso. 

Ninguno olvidaría esa noche de Perseidas, ninguno olvidaría jamás la noche en la que más se habían amado, ninguno olvidaría jamás, que el deseo de ambos era vivir juntos para siempre.

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