martes, 11 de abril de 2017

Día 10

Me habían dado el alta esa misma mañana. Estaba preparada para irme de aquel hospital tan lúgubre. Tenía la ropa estirada encima de la cama. La noche anterior le había pedido a mi madre que me trajera unas mallas y una camiseta cualquiera. No le pedí el tipo de zapato, pero se supuso que quería unas deportivas cómodas y me trajo las de correr. Estaban nuevas, como si las acabasen de limpiar. La última vez que las vi estaban llenas de barro de una excursión al campo que había hecho con Daniel. 

Cuando salí de la habitación ya vestida, mi madre me puso una chaqueta encima de los hombros. Tenía algo de frío, así que se lo agradecí bastante. Le di las gracias y caminé detrás de ella para salir. Mi padre no estaba, seguramente estuviera abajo junto al coche. El hospital estaba lleno de gente, así que supuse que no había sitio y mi padre se había quedado esperando en doble fila. Cuando subí al ascensor para bajar a la planta principal vi que alguien entraba a la vez que nosotros, pero mi madre no pareció darse cuenta, por lo que supe que era un ente. Tenía cara de pena, estaba desapareciendo poco a poco según íbamos bajando. "Siempre me han gustado los ascensores". La voz sonó en mi cabeza como si me hubiera hablado directamente. Su aura me hablaba, tenía un color verde. Irradiaba esperanza. La cara de la mujer era de felicidad, me miró y me sonrió y terminó de desaparecer. "Sé que he muerto, solo quería bajar una vez más en ascensor, ahora me voy a reunir con mi familia" me dijo la voz, sonando muy parecida a un eco. Mi cara se ensombreció. En la tercera planta se subieron dos enfermeras. 

- Ha muerto la mujer de la cuarta planta - dijo la primera enfermera mirando su carpeta mientras anotaba algo. 
- Espero que descanse en paz, creo que para ella habría sido peor seguir viva, pobre mujer - la segunda miraba al frente mientras metía sus manos en su bata blanca. 
- Perdona, ¿de que mujer hablan? - No pude resistirme, mi madre me miró con una mueca de enfado pero en seguida la cambió y me miró extrañada por mi pregunta. 
- De una que estaba en la cuarta planta, estaba en coma y tenía quemaduras de tercer grado que estabamos tratando, pero hoy, al final... - La primera enfermera se colocó el boli en el bolsillo del pecho y me miró como sabiendo que iba a descifrar el final. 
- Sí, toda su familia se quemó en el incendio. Tenía un niño de 3 años y una niña de 5. Estaban en la cocina todos comiendo cuando algo estalló y no les dio tiempo a salir de la casa. Una tragedia.- la segunda enfermera se tocó el brazo izquierdo y se rascó ligeramente. 

Llegamos a la planta principal y las enfermeras salieron corriendo, les di las gracias por la información antes de que salieran y le pedí disculpas a mi madre que no dijo nada. Se limitó a sonreir y a cogerme del hombro para sacarme del ascensor. Llegamos al coche y allí estaba mi padre, como había pensado que estaría. Mirando el móvil en segunda fila. Subimos al coche y fuimos de camino a casa. Mis padres iban cantando una canción que sonaba en la radio de los años en los que se conocieron. No me gustaba esa emisora, pero me hacía gracia como coincidían en algunas canciones y las cantaban al unísono. 

Llegamos a casa y vi que Carlos estaba en la puerta. Mis padres pasaron por delante como si nada. Les pedí que me dejaran sola y me miraron con cara de aprobación, me dejaron las llaves y cerraron la puerta. Carlos y yo bajamos a la calle, paseamos hasta el campo que estaba al lado de mi casa sin decir nada. Me senté en una piedra grande. Me arrastraba la chaqueta que mi madre me había dado antes, así que la recogí y la arrugué a la altura de la cintura. Carlos se sentó a mi lado. 

- Diana, siento decirte que no puedo cuidaros a los dos, la chica que se hizo guardiana el otro día no puede hacerse cargo de ti y yo ya era guardián de Joel. Mariana, la jefa, me ha dicho que tiene que haber un guardián por cada persona con un don y de momento te tenemos desprotegida. Estuve a punto de desaparecer porque fallé en mi labor de manteneros a salvo a los dos... no puedo arriesgarme a dejaros desprotegidos. 
- Entonces tenemos que conseguir un guardián para mí, y ya está. 
- Es más complicado que eso, Diana. - Me cogió la mano, era la primera vez que me tocaba y me pareció un tacto muy translúcido. 
- No comprendo, hay muchas personas que se mueren, muchas personas que pueden convertirse en guardianes, ¿no? - Le pregunté con un tono de esperanza que llevaba mucho sin mostrar. 
- Ahí es donde llega la mala noticia. - hizo una pausa leve y se levantó - No cualquiera vale para ser guardián, y la persona que valdría sigue viva. Tiene que ser una persona con algún tipo de conexión contigo. Algo que la haga especial para ti. Pero no podemos hacer nada de momento.  
- Entonces yo... dependo de mí, eso quieres decir, ¿no?
- Sí. Joel y yo podemos ayudarte pero... - Hizo una pausa
- Cuando esté sola, estoy sola, nunca mejor dicho. 
- Exacto.

Avanzó un par de pasos y se giró. 

- Ahora tengo que irme. Suerte, Diana. 

Desapareció delante de mis ojos. Estaba sola, realmente sola. Volví a casa. Allí había alguien que podría cuidarme, aunque no fueran guardianes. Mis padres estaban preparando la comida cuando llegué. Olía muy bien a lasaña, mi segunda comida favorita. Llevaba sin comer lasaña cerca de un año, pero para celebrar mi vuelta a casa se la había pedido a mi madre. 



Eran las siete de la tarde, después de comer me había acostado y me había quedado dormida sin darme cuenta. El libro que estaba leyendo se había caído al suelo. Estaba aturdida, me dolía la cabeza. Me levanté, me puse las zapatillas y me dirigí al salón y antes de llegar escuché una voz que me aceleró el corazón. Era Daniel. Estaba en mi casa, no me había avisado. Era poco usual que viniera, pero estaba aquí. Me acerqué un poco más a la puerta para ver si podía averiguar de que estaban hablando, pero tuvieron que haberme oído, porque se callaron de inmediato. Dí un paso más y saludé. 

- ¿Qué tal la siesta? - me dijo Daniel con una media sonrisa. 
- Muy larga, demasiado - Dije frotándome los ojos. 

Me senté en el sofá y me puse a mirar el móvil que estaba cargando. Daniel se sentó a mi lado, suspiró y me miró. Mis padres se levantaron como si tuvieran un muelle debajo de ellos. Salieron por la puerta del salón, cogieron la correa del perro y las llaves y salieron por la puerta sin decir nada. Daniel me quitó el móvil y me miró a los ojos. 

- Pequeña, tengo algo que decirte. - Su cara no era una manifestación de felicidad precisamente. 
- Daniel, no me asustes, ¿qué pasa?- Mi voz tembló por un momento. 
- No es nada malo del todo. - Se acarició la barba y se rascó la mejilla suavem como hacía siempre que se ponía nervioso. 
- ¿Me lo vas a contar, o nos quedamos aquí dando rodeos? - sonó muy borde, pero nunca me habían gustado las malas noticias. 
- Han trasladado a mi padre a Sevilla y me voy con ellos. No creo que pueda venir durante una larga temporada. El dinero del traslado y de la fianza... No voy a poder pagar el tren. 
- Eres un estúpido, pensaba que era algo peor. No importa, iré yo. 
- ¿Estás segura? - Sus ojos se tornaron felices. 
- Pues claro, no siempre, pero seguro que puedo ir algún fin de semana. - mi voz no sonaba muy convincente, no sabía si iba a poder ir hasta allí con todo lo que estaba pasando últimamente, pero no podía decirle nada, solo desearle lo mejor.- ¿Cuando te vas?
- Esta misma noche. Mi padre empieza el trabajo mañana. 

Mi cara cambió totalmente. Me quedé petrificada. Hoy, se iba hoy. Me levanté del sofá y le levanté a él. Le di un abrazo y le sonreí. 

- Tengo que irme, me están esperando abajo. 
- Mucha suerte, cielo. 

Le di un beso en la frente, le prometí que nos veríamos pronto. Salió por la puerta. Se paró en el primer escalón y me miró sin decir nada. Bajó el segundo escalón, me hizo un gesto con la mano y se fue. Desde ese momento ya vi que sí me había quedado sola. Sola del todo.




Eran las 3 de la mañana. Le había pedido a Daniel que me avisara cuando llegara a Sevilla. Debería haber llegado hacía ya varias horas, pero no tenía noticias suyas. Seguramente se había quedado dormido al llegar. Miré el móvil. Estaba muy cansada, pero no podía dormir. Cuando solté el móvil empezó a vibrar. Me estaban llamando. Era su madre. Descolgé con el primer toque. 

- ¿Sí? - sabía quien era, pero tenía esa costumbre. 
- Soy yo, chiquita. Tenemos algo que contarte... 

Colgué el teléfono. Se me cayó al suelo y me senté en la cama. Empecé a llorar y mis padres encendieron la luz. Corrieron a mi lado y les conté la mala noticia. Daniel había muerto. Sus padres estaban en el hospital y él estaba muerto, esperando a que le incineraran. Daniel iba conduciendo cuando un coche vino de frente. Sus padres pudieron salvarse de milagro, pero él... Mis padres se vistieron en menos de 5 minutos, bajamos al coche y nos dirigimos al hospital. Esa misma mañana había salido de uno, y estaba a punto de meterme en otro. Ahí me di cuenta de que las muertes nunca vienen solas. 

Cuando llegamos estaba todo en silencio. Era lo normal a las horas que estábamos. Llegamos a la habitación donde estaban mis suegros. Ella no dejaba de llorar en la cama. Estaba sentada, tenía un collarín y un brazo escayolado. Su cara estaba completamente descompuesta y él... Él estaba ausente. En shock. No hablaba, no lloraba, parecía que ni siquiera respiraba. Me acerqué a ella y la abracé. Después me acerqué a él y le cogí la mano. De repente se le saltaron las lágrimas. Le miré bien. Su cara estaba llena de rasguños, tenía en la barbilla una raja con unos cuantos puntos. Tenía las dos piernas escayoladas y el hombro agarrado con un cabestrillo. Tenía muchos moratones por los hombros. Me alejé de ambos, me puse entre las dos camas y les pregunté donde podría encontrar a Daniel. Los dos me dijeron donde estaba. Llegué a la morgue y miré a mi alrededor y no vi a nadie, así que entré. Allí había muchos entes. Todos irradiaban auras completamente distintas. Solo algunas coincidían, eran grises, o de colores fríos. Habían muerto con cosas pendientes y seguirían siendo frías hasta que consiguieran su objetivo. Miré al fondo, había un aura muy brillante, blanca. Era muy fuerte. Me acerqué y vi que era Daniel. Se estaba mirando a sí mismo, tapado con una manta blanca. Cuando notó mi presencia me miró.

-¿Me ves? - su tono de sorpresa no me extrañó. 
- Sí, soy "especial" - hice un gesto con los dedos para seguir las comillas. 
- Un coche chocó de frente, me embistió, no me lo esperaba, yo... - Se echó las manos a la cara para tapársela mientras lloraba. 
- Tus padres están bien, si eso te consuela. - Fui a acariciarle, pero le atravesé. Sentí una punzada en el corazón y me abordaron las ganas de llorar, pero no lo hice. 
- ¿Crees que debería ir a verlos? - Me retiró la mirada para volver a mirarse.
- Creo que deberías darles una señal de que sigues aquí. No te puedo ayudar, pero quizás se te ocurra algo. Te espero en la habitación, después hablamos. 

Cuando llegué a la habitación, todo el mundo estaba más calmados. Mis padres estaban sentados en un sillón que había al lado de la cama de mi suegra. Estaba intentando consolarla y lo hacía bastante bien. Al cabo de un rato, la puerta empezó a abrirse y cerrarse suave, no hacía ruido, pero se notaba un poco de airecito. Mi suegra lo comprendió enseguida, me miró y me sonrió. Mi corazón me decía que tenía que contarles todo, aunque me habían dicho que guardara el secreto, así que lo hice. Los cuatro me escucharon mientras hablaba y no dejaban de mirarme. Todos aceptaron que era verdad así que Daniel me usó de intermediaria. Hablé por él durante un rato y después pedí que me dejaran descansar. Estaba empezando a sentirme mal y necesitaba parar a beber agua, o café. 

Salí de la habitación en busca de un café. Daniel me seguía. Me pedí un café aguado en la máquina. 

- Nunca te han gustado estos cafés - Daniel me tocó la mano, ese tacto translúcido volvió. 
- Ya lo sé, nunca, pero... lo necesito. 

Me senté en la silla que había al lado de la máquina. Llevaba allí, mirando el café cerca de diez minutos cuando se abrió el ascensor. Entraron Carlos y Joel. 

- Diana, Daniel, hola. - Joel tenía la cara triste, como era normal cuando muere alguien. 
- ¿Tú también? - Daniel miró a Joel incrédulo. 
- Sí, yo también. Tengo un don, como ella, te lo ha contado ¿no?
- Sí, me lo ha contado. 
- Hola, soy Carlos, encantado -  Carlos se presentó como cualquier persona y le ofreció la mano. Se estrecharon la mano y se rieron un poco nerviosos - Necesito hablar contigo - le hizo un gesto con la cara - A solas. 

Joel y yo nos quedamos mirándonos durante unos 10 minutos. Ninguno dijo nada. Joel comprendía mi dolor, y no quiso decir nada para no molestar. Volvieron Daniel y Carlos. Se me quedaron mirando y mi instinto me pidió ponerme de pie. 

- Ya tienes guardián, Diana - Carlos le puso la mano en el hombro a Daniel. 
- ¿Daniel va a ser mi guardián? - Sin querer sonreí como si estuviera loca. Me alegré de tener a alguien que cuidara de mi cuando me metiera en líos, y me alegré de saber que no le iba a perder del todo. Pero entonces me di cuenta de que iba a sufrir mucho por no poder volver a estar con él como una pareja normal. 

Volvimos a la habitación donde estaban sus padres y nos despedimos de ellos. Mis padres tenían que trabajar al día siguiente y no podían quedarse más. Les prometí que volvería a visitarles. Nos subimos al coche. Les pedí que me dejaran en mi nueva casa y así lo hicieron. Subí, detrás tenía a Daniel. Le miré con cara de pena. Le enseñé la casa y me dirigí a la cama. Me puse el pijama, dejé toda la ropa alrededor de la cama y me acosté. Había sido uno de los peores días de mi vida y tenía pinta de que el día no iba a mejorar, así que la mejor opción era dormir.

2 comentarios:

  1. Me gustan los blogs que utilizan este medio para escribir historias.
    Te sigo, soy de la iniciativa blogs asociados.
    Un saludo

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    1. Me alegra que te guste, ya sabes, eres bienvenida en este blog con mucho gusto. Gracias por seguirme, yo también te sigo 😘

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